domingo, 13 de marzo de 2016

EL MEDITERRÁNEO EN LA ÉPOCA DE CERVANTES: LEPANTO, SIGNIFICADO Y CONSECUENCIAS

“Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada (…) Y aquel día, (Lepanto)  que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, dónde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada…”
                                El Quijote, capítulo XXIX
“Ahora, con la ayuda de Dios, hemos llegado a esta santa jornada a castigar a estos perros, de los que hemos hecho una escabechina tal que no tendrán más ánimo ni tan grande osadía como tenían”
         Carta de un criado del jefe de la Flota Pontificia a un Cardenal
“La guerra es incierta en sus resultados. La voluntad de Dios debía manifestarse deste modo, como ha aparecido en el espejo del Destino”
      Carta del Sultán al conocer la derrota
Cervantes nació en 1547 y fue alumno aventajado del Maestro de Gramática López de Hoyos. Tuvo que huir de España por un enfrentamiento con espada con un hombre que supuestamente había faltado a su honra. Fue condenado en rebeldía, en septiembre de 1569, a que le cortaran la mano derecha y a diez años de destierro. Fugado para Italia llegó a Roma, y fue criado del Cardenal Acquaviva, pero terminó enrolado como soldado, acompañado de su hermano, en los Tercios en el verano de 1570.
Quiso en su nueva vida ser soldado y llegar a capitán. Pero la mala suerte y el destino se lo impidieron. Combatió heroicamente en Lepanto y participó en otras intervenciones bélicas en Modón, Navarino y Túnez. Cervantes era considerado en su expediente “soldado aventajado”.
Al volver a España en septiembre de 1575 con cartas de favor de D. Juan de Austria, fueron presos por naves argelinas su hermano y él y conducidos a Árgel. Las cartas de D. Juan le confirieron a ojos de sus captores un elevado valor, exigiendo para su rescate una cantidad elevadísima, imposible de pagar por su familia y las órdenes religiosas que liberaban cautivos.
Entre 1576 y 1579 intentó evadirse cuatro veces, fracasando en sus empeños. En 1580, a punto de ser llevado cautivo a Constantinopla, fue liberado en septiembre por frailes trinitarios. En 1581 Felipe II le encomendó una misión de correo secreto al Gobernador de la plaza de Orán. A partir de aquí Cervantes vivió alejado del Mediterráneo en trabajos y quehaceres distintos, aunque su forzada experiencia tendría un amplio eco en su  variada obra.
Veamos ahora cómo era el  Mediterráneo que se encontró Cervantes en sus años de soldado y de cautiverio.
La expansión española por el norte de África
Isabel la Católica en su testamento mandó a sus herederos que “no cesen de la conquista de África e de pugnar por la fe contra los infieles”. Y esa orden o ruego no sólo responde a un fin religioso sino a un fin político. La extensión del dominio español por el norte de África era vista por Doña Isabel no solo como un medio de asegurar el territorio peninsular contra siempre temibles invasiones sino también como una defensa religiosa y un medio de propagación del Cristianismo.
Fernando el Católico consideraba el dominio del litoral norteafricano como un medio de asegurarse la tranquilidad del litoral peninsular del Mediodía y Levante, en los cuales existían, no lo olvidemos, una fuerte población morisca llamada con el tiempo a crear fuertes problemas y guerras abiertas por su negativa a integrarse en la sociedad cristiana. Población que miraba con júbilo y esperanza los continuos avances turcos en el Mediterráneo.
España conquistó Melilla en 1497, Mazalquivir en 1505, el Peñón de Vélez en 1508, Orán en 1509, Bujía en 1510, y ese mismo año Argel se sometió al rey de España comprometiéndose a pagarle tributo y a liberar sin rescate a los cautivos cristianos, y el 25 de julio día de Santiago Trípoli fue conquistada. Para mediados de año, casi toda la costa africana, desde el Estrecho hasta la frontera del Reino de Túnez, era española. La guerra de África era, para D. Fernando como para Cisneros guerra contra infieles, cruzada cristiana. Derivación lógica de esta guerra había de ser la guerra contra el Turco. El mismo Papa creía necesario formar una Liga entre España, Venecia y el emperador Maximiliano.
Los combates con turcos y piratas berberiscos en las costas españolas eran continuos. Y en 1516, Barbarroja logró que Argel dejase de pagar tributo a España y rompiera relaciones. Al intentar someter al Argel de Barbarroja, España conoció una terrible derrota en septiembre de 1516. A partir de entonces toda la acción contra los turcos fue defensiva, y en las costas de la Baja Andalucía y Granada la población cristiana estaba aterrorizada y los moriscos exultantes y seguros de su próxima victoria.
Las guerras por Italia entre España y Francia hacían bascular a Francia buscando alianzas con Turquía, lo que facilitaba la ofensiva turca sobre Viena en 1527. La alianza turco-francesa era muy sólida en 1533, impidiendo que España centrara toda su fuerza en la conquista y dominio del Norte de África. Eran dos frentes que competían entre sí por los recursos económicos y militares.
Carlos V contraatacó y conquistó La Goleta y Túnez en julio de 1535, liberando a 20.000 cautivos cristianos, aunque Barbarroja desde Argel siguió con sus actividades.
En 1538 se formó una alianza antiturca entre Venecia, España y la Iglesia. Se enfrentaron con los turcos en Prevesa, pero los temporales y las dificultades para formar un mando cristiano unificado supusieron un combate indeciso, y de hecho favorable a los turcos. Carlos V no desesperó, y en 1541 en otoño, sin atender los consejos de su almirante Andrea Doria, atacó Argel desde Mallorca. En esa flota iba Hernán Cortés. Un huracán y las lluvias torrenciales impidieron maniobrar al ejército desembarcado, obligándolo a reembarcarse. Carlos renunció atacar Argel. La retirada y fracaso español estimuló la conclusión de un nuevo tratado entre Francia y Turquía, pudiendo invernar la flota turca en Tolón, con 15.000 galeotes cristianos, después de haber luchado juntas contra la flota española.
Los turcos continuaron su expansión conquistando Trípoli en 1551 y Bujía en 1555. Felipe II abandonará la política ofensiva y pasará a la defensiva, forzado por la necesidad de asegurar la zona del Estrecho de Túnez-Sicilia y Malta como zona de riesgo para los intereses de España. Completó esta estrategia con los esfuerzos por yugular lo máximo posible al poder de Argel.
El Mediterráneo occidental, a pesar de los corsarios berberiscos, estará dominado por España. El Mediterráneo oriental, si se exceptúa el dominio colonial de Venecia -amenazado sin cesar- y las limitadas incursiones de los Caballeros de Malta, será un feudo de Turquía. Entre estas dos potencias, en el momento que se apaciguan y atenúan las luchas y los enfrentamientos en Europa, se debatirá la lucha por la supremacía mediterránea. En los límites de las dos zonas de influencia se darán los enfrentamientos: Djerba en 1560, Malta en 1565, Lepanto en 1571 y Túnez en 1573 y 1574.
El papel de Francia aliada de Turquía
La alianza con Turquía tenía como objetivo el debilitamiento de Carlos V y la Casa de Austria así como el restablecimiento del poder de Francia en Italia.
De hecho, Francia y Turquía tuvieron una alianza entre 1520-1575. El primer periodo, bajo Francisco I, desde 1520 a 1547 y después, bajo Enrique II, que al principio continuó con esta política hasta que la abandonó por completo en 1559. El segundo periodo, bajo el reinado de Carlos IX, desde 1562-1568 hasta después de Lepanto.
Francisco I alentaba la sublevación de los moriscos de Granada en 1519, y en 1524 entró en trato con los turcos berberiscos para que “suscitasen problemas al Emperador en el Reino de Nápoles”. En 1536 se firmó una alianza militar secreta que facilitaba los ataques turcos sobre Calabria. Una escuadra francesa en 1537, aliada con los turcos, saqueó las islas venecianas y pasó el invierno en puertos turcos.  En 1543 Solimán le escribió a Francisco I:  “Te he concedido mi terrible flota, equipada con todo lo necesario. He ordenado a Barbarroja mi almirante en jefe que escuche tus instrucciones”.
Después de atacar y saquear Regio, la flota turca llegó a Marsella, desde donde junto a la flota francesa atacará Niza, que fue saqueada. Para tener a los turcos cerca y defenderse de la flota española, Francisco I les ofreció Tolón como refugio para 30.000 turcos, que tenían como galeotes a 15.000 esclavos cristianos. Los turcos estaban tan seguros de su posesión que para abandonar Tolón Francia debió pagar a Barbarroja 800.000 escudos de oro. Los propios protestantes de forma oficial declararon: “El rey de Francia es tan enemigo de la Cristiandad como los propios turcos”.
En 1552 turcos y franceses atacaron Nápoles, al año siguiente Elba, Córcega y toda la costa. Durante este periodo la flota francesa de galeras será débil en comparación con la de genoveses, toscanos, venecianos y sobretodo españoles. Su debilidad le hacía jugar un papel subordinado a la flota turca.


La guerra de los moriscos de Granada
Comenzó la rebelión morisca en Granada en la Navidad de 1568. La guerra que adquirió el carácter de guerra religiosa y de guerra entre dos civilizaciones se extendió rápidamente. En febrero de 1569 se calculaban en 150.000 los rebeldes, de ellos 45.000 en condiciones de empuñar armas. Se extendió la revuelta de la montaña a las tierras bajas, y la connivencia de éstos con Argel no dejó ya lugar a dudas para nadie.
En las costas, imposibles de bloquear, llegan los navíos de Argel y Berbería portando hombres, armas y municiones. Los cautivos cristianos servían de moneda de pago: un hombre se cambiaba por una escopeta. A partir de enero de 1570, con D. Juan de Austria como jefe supremo y la llegada de tropas de los Tercios de Nápoles y Lombardía, la situación se tornó favorable al bando cristiano. Se temía la intervención de la flota turca y la extensión de la rebelión a los moriscos de Aragón.
Con gran parte del ejército en Flandes, Italia estaba desguarnecida ante la flota turca, y a las claras se hablaba de una invasión de España concertada por todos los musulmanes, turcos y del norte de África. De hecho, en la montaña granadina de 25.000 rebeldes, 4.000 eran turcos o berberiscos. La guerra, según el embajador de Francia, “iba quemando y consumiendo a España a fuego lento”.
En noviembre de 1570, casi acabada la guerra de Granada, los turcos atacaban Chipre, sabiendo que España estaba atascada en su guerra doméstica. Para Turquía, en lucha con Rusia y Persia en el mar Rojo, la lucha a gran escala con España en el Oeste no es posible. Pero en Chipre sí lo es: y Venecia se encontró, a pesar de su política de cesiones ante Turquía, ante en riesgo de perder su rica posesión en azúcar, sal, algodón y vino.
En 1570, Venecia ve quebrar su política de equilibrio; y se irán dando las condiciones, tenazmente impulsadas por el Papa Pío V, para una nueva Liga Santa entre Venecia, el Papado y España.
España alertó sus fuerzas de galeras en Nápoles, Sicilia y el norte de África. Y concentró tropas alemanas en Milán y Nápoles. Venecia estaba interesada en levantar a España contra el Turco y en hacer depender los destinos de esta guerra local los de una guerra general. Pero Felipe II tenía en cuenta los intereses de España que en lo fundamental llegaban hasta Túnez-Sicilia y Malta.
El Papa con su fuerte socorro económico a España presionó al máximo para la alianza. Felipe II dio su consentimiento en abril de 1570, lo que abría para España, Venecia, Turquía y todo el Mediterráneo un nuevo tiempo de enfrentamientos ciclópeos. Aquel verano a pesar de la desconfianza entre venecianos y españoles se armó una gran flota de 180 galeras y 11 galeazas en dirección a Chipre. Pero al saber de la derrota veneciana ante los turcos decidieron dar la vuelta dado lo avanzado del tiempo favorable a la navegación. La vuelta fue desastrosa por las tempestades y aumentaron las sospechas y recelos entre los aliados.

Hacia Lepanto
A pesar de todo se volvió al acuerdo en mayo de 1571, superando los recíprocos recelos, sus intereses dispares y sus experiencias negativas de alianzas pasadas. La desconfianza hacia Venecia de españoles y pontificales estaba más que justificada dada su trayectoria y sus intereses reales.
Lepanto fue la batalla más importante del siglo XVI en el Mediterráneo. Desde ella, el encanto y el miedo hacia la superioridad turca quedaron rotos.
A todo esto Francia conspiraba contra la Liga. El embajador español escribía:
 “Aquí (en Francia) qué no acabará diciendo que los venecianos serán grandes ignorantes si vienen en ello no quedando libres para acordarse a su voluntad con un gran enemigo (Turquía). Aquí procuran cuanto pueden deshazerla y concertarlos con el Turco y si estos van al passo que agora han tomado, no me espantaría que para el año que viene ofreciesen al Turco a Tolón y se la diesen”.
Pero a pesar de todo la Liga Santa se consolidó y se logró reunir, con retraso de los venecianos, la flota combinada en Mesina. La desconfianza hacia el estado de las galeras venecianas era grande. Escribía una alta autoridad española:
“Nadie podría creer de qué manera están, porque no tienen ni marineros ni soldados, y la chusma (galeotes) está formada por voluntarios que no están amarrados con grilletes, y allí por donde van, bajan a tierra para su solaz; y si luego, por el mal tiempo, se tiene que partir, hay que esperar a los remeros, y por esa razón corren el riesgo de extraviarse en medio de una borrasca, por débil que sea, y debe de causar una fatiga intolerable navegar con esta gente, pues es increíble lo lenta que es haciendo cualquier cosa”.
El carácter impulsivo de D. Juan de Austria inquietaba a Felipe II. Ya en 1570 en la guerra de Granada le había amonestado indignado:
“porque no mantuvieras tu promesa de resguardarte del peligro (se había situado en primera línea intentando agrupar a sus tropas que huían) no debes incomodarme de este modo, ni reducir el crédito de mis ejércitos, ni incrementar el de nuestros enemigos, ya que gran hazaña sería si consiguieran derramar una sola gota de tu sangre. Por tanto te ordeno con firmeza, y tu desobediencia será fuente de gran rencor, que no vuelvas a repetir acto semejante, permaneciendo en el lugar que le corresponde (Jefe Supremo) a quien está a cargo de esta empresa y que además es mi hermano… ya que todo el mundo debe cumplir con sus deberes, y no el general los del soldado, y el soldado los del general”.
El mismo Felipe II, en Instrucción Secreta –escrita de su mano─ dirigida a D. Juan al ser nombrado Generalísimo de la Armada, le aconsejaba:
“Así aun cuando os venzan, defendiendo bien hasta lo postrero la batalla, no caeréis en caso de menos estima, pues los varones más grandes, y de mayores créditos, perdieron muchas batallas; pero no por eso su gloria y su fama, pues el vencer siempre, es para Dios, y los hombres debemos solamente poner buenos, y perfectos medios, y esperar los fines que su Majestad Divina sea servido de nos dar.
Pero con, todo eso, nunca pisaréis la raya de la cobardía, que es aun en el hombre más bajo, un caso de infamia; y jamás llegaréis a la temeridad, que esta es una cosa tan monstruosa, que se contempla por desesperación. La prudencia y el valor, y espíritu bien ordenado, han de ser los que os gobiernen, y os encaminen, y enderecen únicamente, creyendo y estando cierto en que más contentamiento me dará el veros vencido por prudente, que victorioso por temerario y desesperado”.
Al que estas líneas escribe le cuesta apartar de su cabeza la actitud y comportamiento heroico y desesperado, pero victorioso, de D. Juan Prim en las batallas de la Guerra de África.
Las preocupaciones y las cautelas españolas por tener que buscar a la flota turca tan lejos de la zona de interés de España eran enormes. Problemas políticos, económicos, logísticos y de todo orden. Los consejeros de D. Juan compartían la idea de que lo mejor era perder el tiempo para permitir a los turcos retirarse con comodidad. Felipe II había hecho hincapié a D. Juan de la necesidad de velar por la seguridad y conservación de la flota, pidiéndole que considerase “en qué estado quedarían nuestros asuntos, y los asuntos públicos de la Cristiandad, si ocurriera, no lo quiera Dios, una desgracia”.
Felipe II le escribió al veterano Requesens, segundo de D. Juan, en el mismo sentido pero con más claridad. El Comendador Mayor de Castilla recibió una carta que decía:
“La decisión de no entrar en combate debería mantenerse en gran secreto, hasta el punto que ni Marcantonio (jefe de las galeras pontificias) ni los venecianos tendrían que saber que el Sr. D. Juan y Vuestra Señoría no tienen intención de combatir; porque si no se encuentra la armada del Turco, que es lo que me parece que sucederá, no se habrá equivocado; y de encontrarla, no creo que pueda renunciarse a presentar batalla, aunque seamos inferiores; y, si conviene, con un poco de astucia puede procurarse no encontrarla”.
D. García de Toledo, Virrey de Nápoles y máximo jefe logístico de la flota, le aconsejaba en carta a Requesens mantenerlo todo en secreto. Venecia no podía enterarse de que el rey y sus ministros consideraban la posibilidad de no entrar en combate. Le ordenaba destruir aquella misiva.
García de Toledo sabía que la mayor parte de soldados reclutados para la Liga Santa eran inexpertos:
“(…) y faltando de la Armada de S. M. ocho ó nueve mil soldados viejos que están en Flandes,  (…) de mala gana vendría yo sin ellos a las manos si lo tuviese a mi cargo porque hallo de harto mayor daño la pérdida si acaso sucediese que podría ser de provecho la ganancia. Háse de considerar también que nuestra Armada es de diferentes dueños, y quizá a las veces cumple a los unos lo que no cumple a los otros, y la de los enemigos es de un solo patrón, de un solo bando y voluntad y obediencia; y los que se hallaron en la Prevesa, saben bien lo que esto importa. Tienen los turcos ganado el ánimo contra venecianos, y aun creo que contra nosotros no lo tienen muy perdido, ni los nuestros muy ganado contra ellos;  y creo que también nosotros sabemos o creemos que venecianos serían mejores para consejeros que para sectores”.
Sin embargo en el consejo de guerra de la flota se confirmó la decisión de atacar, ya que aunque la batalla acabara mal la flota turca quedaría en cualquier caso debilitada, disminuyendo su amenaza, estando así los príncipes cristianos en una posición más favorable para defenderse de sus futuros ataques.
D. Juan, el 16 de septiembre, escribía a García de Toledo:
“Considerando que la dicha armada aunque sea superior de fuerzas á esta de la Liga, según los avisos que se tienen, no lo es de cualidad de navíos ni de gente, y confiando en Dios nuestro señor, cuya es esta causa, que nos ha de ayudar, se ha tomado resolución de irla á buscar; y así me parto esta noche, á él placiendo, la vuelta de Corfú, y de allí iré donde entendiere que está”.

Consejos para la batalla de García de Toledo a D. Juan
Como la desconfianza hacia la calidad de las galeras venecianas  era muy intensa por parte Requesens y de Doria, D. Juan inspiró la decisión de mezclar los contingentes de la flota, obligándolos a navegar desde Mesina en el mismo orden que adoptarían el día de la batalla.
García de Toledo le dio a D. Juan unos consejos prácticos operacionales:
“(…) no debemos buscar el combate sino dejar que el enemigo venga a nosotros, aprovechando toda oportunidad para obligarles a hacer eso. Si se planta batalla en territorio enemigo debe hacerse muy próximo a su costa, de ese modo se ofrece a los soldados en sus galeras la tentación de abandonarlas; si la batalla es en país cristiano, debe producirse lo más lejos posible de la costa para evitarnos el mismo peligro… D. Juan no debería colocar junta a toda la flota, porque seguro que el gran número de embarcaciones crearía confusión y graves inconvenientes como ocurrió en Prevesa. En lugar de eso, debe dividirla en tres escuadrones con las galeras más fiables en las alas, con espacio suficiente entre ellas para permitir las maniobras sin molestarse unas a otras pues esta fue la disposición empleada por Barbarroja en Prevesa.”
También le recomendó vivamente que las galeras cargadas con hombres, armas y municiones para reponer las pérdidas en las galeras de primera línea estuviesen apostadas lo más cerca posible para evitarles la tentación de huir si el combate era desfavorable. Se entiende claramente que Lepanto fue un enfrentamiento total a vida o muerte. Los cristianos no contemplaban la retirada.


Consejos para la batalla: El uso de la artillería y el recortamiento de la parte superior  de los espolones de las galeras cristianas

La artillería de la flota cristiana era superior a la turca. Asimismo los cristianos tenían más arcabuces, usando los turcos de forma masiva el arco, que con sus flechas lanzadas ennegrecían el cielo. Las galeras cristianas tenían defensas contra estas flechas por medio de barreras de madera que llegaban a los hombros de los soldados, batayolas reforzadas y traviesas, por lo que estaban relativamente protegidos de las flechas. Aunque hay que tener en cuenta que un arco turco dispara más de 30 flechas mientras se recarga un arcabuz. Sin embargo, los turcos carecían de cascos y de corazas, de los cuales los cristianos estaban abundantemente provistos.
Aparte de la superioridad artillera cristiana seis galeazas venecianas artilladas al completo irían en vanguardia para intentar castigar y dividir a las galeras turcas. Las galeazas por su gran tamaño y su potencia artillera y de fuego eran prácticamente invulnerables.
Existía el dilema de cuándo comenzar a disparar la artillería y a la distancia que debía hacerse. D. García de Toledo le contestó a D. Juan:
“En lo que V.A. me manda sobre si la artillería se ha de disparar primero en nuestra armada ó se ha de esperar que lo hagan los enemigos y ansí digo, Señor, que no pudiéndose tirar dos veces como realmente no se puede sin grandísima confusión, lo que convendría hacer á mi juicio es lo que dicen los herreruelos, que han de tirar su arcabucejo tan cerca del enemigo, que le salte la sangre encima, de manera que confirmando esta opinión digo que siempre he oído á capitanes que sabían lo que decían, quel ruido de romper los espolones y el trueno del artillería había de ser todo uno ó muy poco menos; y así sería yo de esta opinión y que no se debe de tener cuenta con el enemigo, así tirara primero ó postrero, sino solo cuando deba V.A. mandar dar fuego (a los artilleros)”.
D. García se burlaba de los que pensaban que en una armada, mientras se aproxima el enemigo, “puede hacer dos descargas de artillería seguidas”, una de lejos y otra en el momento del choque. Según él era pura ilusión, y hacía que se desperdiciase el primer tiro disparado desde lejos, que siempre es el mejor “por haber sido cargadas las piezas cómodamente y según todas las reglas y observaciones del arte”, mientras que la segunda descarga, suponiendo que se efectúe realmente con tiempo de volver a cargar, no será nunca tan eficaz, “por la gran prisa que se tiene de cargar las piezas, y porque la gente está llena de incertidumbre de la inminente batalla”.
Esperando a efectuar el disparo en el último momento se barría la cubierta de la galera enemiga, golpeando con violencia la obra muerta, matando a mucha gente y abriendo paso al abordaje, además de abrir brechas en la obra viva, o de abatir los mástiles y romper los remos con el tiro desde lejos.
Para facilitar el fuego eficaz de los cañones cristianos, Juan Andrea Doria había recomendado antes de la batalla recortar la punta levantada del espolón de cada galera. Así los cañones podían tirar más bajo y en tiro raso y directo sobre la cubierta de las galeras turcas. Fue una medida eficacísima, de gran efecto e importancia para la derrota turca. Pero hay que aclarar que los espolones no fueron retirados, seguían siendo necesarios para embestir y trabar a la galera atacada, sino solo recortados en la punta levantada.
Las galeras turcas tenían la proa muy elevada y sus disparos y descargas requerían un alza mayor; los cristianos, en cambio, descargaron su artillería cuando el enemigo estaba ya a pocos metros y por lo tanto con alza cero, y todos sus tiros hicieron mucho daño barriendo y golpeando las galeras turcas.
Sin embargo, una cosa son los principios y otra el requerimiento y la ansiedad propia de toda batalla. Los artilleros navales turcos tenían la misma doctrina:
“No los disparan nunca si no es desde cerca y con seguridad de causar gran daño; lo cual está muy bien hecho, porque si se tira a lo lejos, máxime estando en el mar, no se da nunca en el blanco, y se consume la munición, mientras que desde cerca un solo tiro que atine da la victoria a una galera y arruina a la otra”.
De todos modos las seis galeazas venecianas en vanguardia fueron fundamentales. Fueron remolcadas a primera línea y desde allí, cuando la armada cristiana estaba lejos de la turca, comenzaron a bombardear a las galeras turcas. Los turcos dada la gran altura de las galeazas, parecían castillos en el mar, intentaron rodearlas lo antes posible para buscar el choque con la armada cristiana, pero no pudieron evitar el fuego continuado de las piezas pesadas de las galeazas que alcanzaba más de un Kilómetro. Las galeazas podían volver a cargar sus cañones con toda comodidad y sus cañones repartidos a proa, a popa y en mitad de la galera disparar las veces que consideraban necesario, por lo que las naves turcas siguieron a tiro, por la banda y luego también por la espalda.

La batalla
Ni turcos ni cristianos supieron con exactitud el tamaño de las flotas a la que tenían que enfrentarse. Los turcos habían hecho un recuento de los efectivos cristianos substancialmente inferior al real, ignorando que la reserva de la flota, al mando de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, aún estaba en camino. Fue en el momento del combate cuando Uluj Alí, el rey de Argel, se presentó a Alí Pachá, almirante turco, en la Sultana para decirle que:
 “Sería mejor no combatir. Los cristianos son más poderosos. Hay que tener cuidado con sus galeazas. Además, tras la montaña todavía queda otra escuadra”.
La lucidez del renegado cristiano calabrés y corsario argelino, segundo jefe de la flota turca, gran experto en la guerra de movimientos, fue desechada por Alí Pachá. La orden del sultán era combatir, y se combatiría. Doria en el ala derecha cristiana se desplegó hacia la costa para embotellar al máximo a la flota turca, pero Uluj Alí intentó buscar mar abierto para maniobrar sus veloces galeras. Pero a pesar de su exitosa maniobra terminó derrotado por las galeras de reserva de Álvaro de Bazán y tuvo que huir. De todos modos, Uluj Alí tuvo en todo momento una visión penetrante del desarrollo de la batalla, mas no pudo evitar la derrota.
La escuadra cristiana fue homogeneizada mezclando las galeras de distinta procedencia y pabellón de origen para favorecer un mando unificado. El ala derecha, bajo el mando de Doria, se componía de 50 galeras: 22 de Venecia, 6 de Nápoles, 5 de Sicilia, 5 de Doria, 2 de Saboya, 2 del Papa, 1 de Génova y otras de diversas procedencias. La flota de reserva al mando de Álvaro de Bazán estaba compuesta por 12 de Venecia, 10 de Nápoles, 4 de España, 2 de Sicilia y 2 del Papa. Hay que tener en cuenta que las galeras de Nápoles y Sicilia eran españolas. En total en la flota integrada, los barcos españoles eran la fuerza principal: 164 barcos contra los 134 de Venecia y los 18 del Papa, estando comprendidos los barcos ligeros: fragatas, bergantines y otros.
La flota turca era más numerosa, con más de 400 barcos en total. Sus 230 galeras tenían de acompañamiento 2 fustas por cada galera principal. En apariencia son los más fuertes. Su ala derecha enfrenta 56 galeras a las 53 bajo el mando de Barbarigo, el almirante veneciano; en el centro tienen 96 galeras alrededor de su almirante Alí Pachá, enfrentadas a las 62 de D. Juan; y a su izquierda tienen a su mejor marino Uluj Alí con 94 galeras enfrente de las 50 de Doria. Pero las 30 galeras de la reserva cristiana al mando del habilísimo Álvaro de Bazán eran todavía invisibles para los turcos, y su actuación decidirá el destino final de la batalla.
Otro factor fundamental en la batalla fue la oferta de los jefes cristianos de liberar a los galeotes que luchasen contra los turcos. Uno de ellos escribirá más tarde el entusiasmo que se vivió a bordo de su galera:
 “(…) sobre todo porque sentían un gran odio hacia aquellos enemigos de Dios y deseaban por encima de todo luchar contra ellos, algo que demostraron sobradamente durante aquella jornada en la que combatieron con gran arrojo, ya que sus capitanes les habían prometido otorgarles su tan anhelada libertad si conseguían salir victoriosos. Como resultado de esto, los galeotes infligieron a los Turcos un gran número de bajas, saltando sobre las cubiertas de las galeras enemigas, convencidos que ante sí sólo tenían la muerte o la libertad. Mientras duró la batalla demostraron su valor, ni el brazo del enemigo ni el miedo les hicieron desfallecer, aunque, una vez concluida la batalla, muchos embarcaron en otras naves para evitar ser encadenados de nuevo”
Los turcos reconocían con preocupación nueves días antes de la batalla que en su flota “contamos con tantos esclavos cristianos como soldados”; y Alí Pachá decidió que:
“hicieran que los esclavos cristianos se tumbaran sobre los bancos de los remos durante el abordaje de las naves cristianas y que mataran a los que levantaran la cabeza”
Al acabar la batalla la flota cristiana se encontró con una aguda escasez de remeros, ya que muchos se escaparon de las galeras sin esperar el indulto que D. Juan les había prometido. Los condenados a galeras que fueron liberados representaban un tercio de los remeros.
El espanto de la batalla y el horror de la guerra quedan bien descritos en una crónica anónima de un soldado que participó:
“Duró el ímpetu grande de la batalla cerca de cuatro horas y fue tan sanguinosa y horrenda que la mar y el fuego fuese todo uno, viendo dentro de la misma agua arderse muchas galeras turquescas y dentro de la mar, que toda estaba roja de sangre, no había otra cosa que aljubas, turbantes, carcajes, flechas, arcos, rodelas, remos, cajas, valijas, y otros muchos despojos de guerra y sobre todo muchos cuerpos humanos, así cristianos como turcos, algunos heridos, algunos hechos pedazos, y otros que no habiendo acabado de morir andaban por encima del agua con la agonía de la muerte, echando el ánimo juntamente con la sangre que de las heridas les salía, la cual era en tanta cantidad que todo el mar teñía de la color de ella; pero con toda esta miseria los nuestros no se movían a piedad de los enemigos… aunque ellos demandaban misericordia antes les daban muchos arcabuzazos y golpes con las picas”
La victoria cristiana fue total. De 230 galeras turcas, sólo se salvaron 30 del gran corsario y marino Uluj Alí, que tuvo un papel muy brillante en la batalla y con posterioridad sería nombrado almirante supremo de la flota turca. Fueron capturadas 155 galeras turcas. Los turcos habían tenido más de 30.000 muertos y han dejado 5.000 prisioneros, siendo liberados 15.000 galeotes cristianos que remaban en sus naves. Los cristianos perdieron 15 galeras y tuvieron 8.000 muertos y 21.000 heridos, en total cerca de la mitad de sus efectivos.


Consecuencias

La flota aliada no persiguió al enemigo en derrota. Sus propias pérdidas y el mal tiempo dado lo avanzado de la estación lo impedía. En el Mediterráneo, el otoño, invierno y primavera imponían treguas forzosas. D. Juan hubiese deseado lanzarse sobre los Dardanelos y cerrar los estrechos, pero no disponía de los hombres y víveres necesarios para ello. Felipe II ordenó que las galeras invernasen en Italia.
La importancia de Lepanto adquiere relevancia porque puso fin a un estado de cosas transidas de un complejo de inferioridad por parte de la Cristiandad y de una superioridad turca. Se había cerrado el paso a una previsible derrota en un futuro próximo. El miedo y el retroceso habían cambiado de bando, y la flota turca no será ya la fuerza de asalto y de conquista que era hasta entonces. Se encontrará después de Lepanto a la defensiva. El pánico en Constantinopla por los rumores de la llegada de la flota cristiana hizo que todos los que tenían medios pasasen a refugiarse a Asia.
Porque hay que recordar que desde 1480, con el saqueo y la masacre de Otranto, no había habido un año sin que Italia no sufriese peligro por parte de la flota turca. Lepanto era una victoria material y sobre todo moral.
Felipe II con la cabeza muy clara sabía las limitaciones que impedían una derrota total de Turquía. Lepanto era una victoria marítima, pero Turquía tenía fuertes raíces continentales. La lucha global contra Turquía tanto como en el Mediterráneo alcanzaba a Viena, Varsovia y Moscú. España no podía empeñarse, debido a las necesidades de otros frentes, íntegramente en la lucha contra Turquía. Felipe II sabía que para dominar el Mediterráneo hacían falta más galeras. Tenía 80 más 20 de Génova, pero necesitaba 200, y al problema de las galeras y “de la buena gente de pelea”, esto es más contingentes de tercios viejos, había que añadir el de los galeotes necesarios para remar en ellas. Después de Lepanto la carencia de galeotes era alarmante. Las doscientas galeras consideradas necesarias requerían 30.000 galeotes, como mínimo. A las justicias de la Corona de Castilla, y a todas las demás de la monarquía, se les indicaba:
 “(…) por cuanto para el servicio de las galeras que de presente sostenemos, que son en mucho mayor número de lo que antes solían haber, y para las que de nuevo mandamos armar (…) es necesario juntar gran número de forzados y remeros, de que en las dichas galeras hay al presente falta, no pudiendo servir ni armarse sin que de los dichos remeros y forzados haya número suficiente…”
El número de condenados fue insignificante para cubrir las dotaciones, ya que no pasaron de mil, incluso acelerando todas las causas penales pendientes.
Era esta la gran desventaja frente al gran imperio terrestre turco. En cualquier momento podía hacer una redada de condenados a galeras entre sus poblaciones vencidas sin trámites de ninguna clase. No hay que dejar de prestarle atención al distinto sistema de alistamiento de forzados para las galeras en España y Turquía.
Los turcos se plantearon con urgencia la reconstrucción de su flota encargando su mando al hábil corsario argelino Uluj Alí. El gran visir lo alentó a ello:
“Si es necesario haremos anclas de plata, aparejos de seda y velas de satén. Si te faltara algo para completar los avíos de una embarcación tan sólo tienes que pedírmelo”
 La flota reconstruida incluyó ocho maonas siguiendo el modelo de las galeazas venecianas, con veinte cañones cada una. A cada galera se le dotó al menos de un gran cañón central, y a las tropas navales se les dotó en su mayor parte de armas de fuego individuales. En mayo de 1572, el embajador francés reconocía que las nuevas tripulaciones y los soldados no tenían experiencia y que la madera utilizada para construir la flota estaba verde y no era la adecuada. La calidad de los cañones no inspiraba confianza. Pero el esfuerzo turco fue enorme y mostró su poder de recuperación.
Pero la Liga Santa fenecía. En abril de 1573 Venecia pactaba con Turquía un acuerdo oneroso y deshonroso para ella. Renunciaba a Chipre, a las posesiones arrebatadas por los turcos en Dalmacia, devolvía lo conquistado por Venecia en Albania, ponía en libertad sin rescate a los prisioneros turcos y se comprometía a pagar una inmensa indemnización de guerra antes de 1576. También se comprometía a reducir su flota a sesenta galeras.

Las nuevas realidades políticas

Aunque Turquía recompuso su flota al año siguiente, y en 1574 conquistó Túnez y pugnó por poner al reino de Fez bajo su poder, en general después de Lepanto aflojó su presión sobre el Mediterráneo Occidental. Turquía con sus guerras con Persia y Rusia tendrá nuevos escenarios que absorberán sus esfuerzos, y España con los problemas de Flandes y con la unión dinástica con Portugal verá su horizonte asociado a nuevas realidades, sobre todo en el Atlántico. Y todo junto hará que Turquía y España después de Lepanto –el más espectacular de los acontecimientos militares del siglo XVI en el Mediterráneo entren en negociaciones de treguas anuales entre 1577-1584.
El viraje se produjo abiertamente entre 1577-1581. Hay que destacar que fue la falta de actividad la que terminó desintegrando a la flota turca, que nunca recuperó su fuerza anterior.
Un gran hispanista alemán R. Konetzcke ha escrito:
“La guerra contra los turcos quedaba así definitivamente abandonada. Se interrumpía con ella una tradición secular de España. La guerra religiosa contra el Islam, que había espoleado y aglutinado las fuerzas espirituales de la Península, dejaba de existir. Es cierto que la Reconquista y las incursiones conquistadoras que la prolongaron hasta el norte de África no habían sido guerras religiosas puras. Sin embargo, fue el espíritu religioso el que animó y propulsó constantemente estas empresas, haciendo que España las sintiera como una obra grande y común. El más poderoso motor de los avances españoles quedaba paralizado”
Palabras justas aunque puedan matizarse con la prolongación de las guerras político-religiosas en Europa.
La batalla de Alcazarquivir en agosto de 1578 con la derrota y muerte del rey D. Sebastián de Portugal cambió la situación. España se ve empujada hacia Portugal y el Atlántico a unos enfrentamientos marítimos gigantescos, y Turquía buscará en Persia las profundidades de Asia, y en el Cáucaso y el Caspio dominar Armenia y enfrentarse a la expansión de Rusia. El Mediterráneo había dejado de ser el escenario de enfrentamientos colosales. Seguiría la guerra de baja intensidad mantenida por piratas y corsarios.

Lepanto en la obra de Cervantes
Cervantes aludió de forma directa en sus obras a su participación en la batalla. Consignamos seis apartados: 1) Soneto en La Austriada de Juan Rufo, en 1584; 2) La Epístola a Mateo Vázquez; 3) El Quijote, 1605, capítulo XXIX; 4) Viaje del Parnaso, capítulo I,1614; 5) Novelas Ejemplares, 1613, prólogo; 6) Segunda parte de El Quijote, 1615, en el prólogo al lector que aparece como una respuesta al prólogo de El Quijote de Avellaneda.

De la Epístola:
(…) Y puesto que no hay cosa sin trabajo,
quien va sin la virtud, va por rodeo,
y el que la lleva, va por el atajo.
Si no me engaña la experiencia, creo
que se ve mucha gente fatigada
de un solo pensamiento y un deseo.
Pretenden más de dos llave dorada;
muchos, un mismo cargo, y quién aspira
a la fidelidad de una embajada.
Cada cual por sí mismo al blanco tira
do asestan otros mil, y sólo es uno
cuya saeta dio do fue la mira.
Y éste, quizá, que a nadie fue importuno,
ni a la soberbia puerta del privado
se halló, después de vísperas, ayuno,
ni dio ni tuvo a quién pedir prestado,
sólo con la virtud se entretenía,
y en Dios y en ella estaba confiado.
(…)
Vida es ésta, señor, do estoy muriendo,
entre bárbara gente descreída,
la mal lograda juventud perdiendo.
No fue la causan aquí de mi venida
andar vagando por el mundo acaso,
con la vergüenza y la razón perdida.
Diez años a que tiendo y mudo el paso
en servicio del gran Filipo nuestro,
ya con descanso, ya cansado y laso;
y en el dicho día que siniestro
tanto fue el hado a la enemiga armada,
cuanto, a la nuestra favorable y diestro,
de temor y de esfuerzo acompañada,
presente estuvo mi persona al hecho,
más de esperanza que de hierro armada.
Vi el formado escuadrón roto y deshecho
y de bárbara gente y de cristiana
rojo en mil partes de  Neptuno el lecho;
la muerte airada, c0n su furia insana,
aquí y allí con prisa discurriendo,
mostrándose, a quién tarda, a quién temprana;
el son confuso, el espantable estruendo,
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y el agua iban muriendo;
los profundos suspiros lamentables
que los heridos pechos despedían,
maldiciendo sus hados detestables.
Helóseles la sangre que tenían,
cuando en el son de la trompeta nuestra
su daño y nuestra gloria conocían.
Con alta voz, de vencedora nuestra
rompiendo el aire claro, el sol mostraba
ser vencedora la cristiana diestra.
A esta dulce sazón, yo, triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba;
el pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.
Pero el contento fue tan soberano,
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,
que no echaba de ver si estaba herido,
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el sentido;
y en mi propia cabeza el escarmiento
no me pudo estorbar que el segundo año
no me pusiese a discreción del viento;
y al bárbaro, medroso, pueblo extraño,
vi recogido, triste, amedrentado,
y con causa temiendo de su daño
(…)

            Viaje del Parnaso, 1614, capítulo I
            Con esto, poco a poco,  llegué al puerto
            a quien los de Cartago dieron nombre,
            cerrado a todos vientos y encubierto;
            a cuyo claro y sin igual renombre
            se postran cuantos puertos el mar baña,
            descubre el Sol y ha navegado el hombre.
            Arrojóse mi vista a la campaña
            rasa del mar, que trujo a mi memoria
            del heroico D. Juan la heroica hazaña
            donde, con alta de soldados gloria
            y con propio valor y airado pecho,
            tuve, aunque humilde, parte en la victoria.
            Allí con rabia y con mortal despecho,
            el otomano orgullo vio su brío
            hollado y reducido a pobre estrecho.
            (…)
            Mandóme el dios parlero luego alzarme,
            y con medidos versos y sonantes,
            desta manera comenzó a hablarme:
            -¡Oh Adán de los poetas! ¡Oh Cervantes!
            ¿Qué alforjas y qué traje es éste, amigo,
que así muestra discursos ignorantes?-
Yo, respondiendo a su demanda, digo:
-Señor, voy al Parnaso, y, como pobre,
con este aliño mi jornada sigo.-
Y él a mí dijo: -¡Oh sobre humano y sobre
espíritu cilenio llevantado!
Toda abundancia y todo honor te sobre,
que, en fin, has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso, cual lo muestra
la mano de que estás estropeado.
Bien sé que en la naval dura palestra
perdiste el movimiento de la mano
izquierda, para gloria de la diestra;
(…)
           
Novelas Ejemplares, 1613, prólogo.
(…) Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo;  herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan verlos venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo V, de felice memoria.

El Quijote, 1615, prólogo.
      Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrella son que guían a los demás al cielo de la honra y el de desear la justa alabanza; y hace de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.


El “Viaje de Turquía”: Una visión del Imperio turco desde España

La perspectiva del mundo turco y del norte de África era posible en la España de la época. En la obra “Ideas de los españoles del siglo XVII” se recoge ampliamente la idea que se tenía de turcos y moros. Pero queremos destacar la obra escrita –sobre 1557 ó 1558por autor desconocido, aunque atribuida a Cristóbal de Villalón y a Andrés Laguna, médico este último de Carlos V y del Papa Julio III y humanista de altísimo nivel de ideas erasmistas. La obra, que está construida en forma de diálogo y su contenido dividido en dos partes, repasa de forma muy completa la odisea del médico Pedro de Urdemalas, hecho prisionero por los turcos y llevado a Constantinopla como médico, su experiencia al tratar al Gran Visir y a la Sultana, así como su liberación y el periplo de vuelta a Castilla.
En la segunda parte, “Vida y costumbre de los turcos”, describe aspectos fundamentales de Turquía. Los reproducimos ya que estamos seguros serán la mejor invitación y estímulo para la lectura de la obra: La religión, La justicia, El Sultán, El ejército, Santa Sofía. El ejército en campaña, Las bodas. Las mujeres. Indumentaria, Fiestas, Embajadores y corsarios, Las comidas, Descripción de Constantinopla… En fin, diálogos frescos y coloristas transidos de naturalismo.


Los moros, moriscos y turcos en la obra de Cervantes

Cervantes por su experiencia militar y por sus años de cautiverio en Argel conoció de primera mano la vida y la realidad social y cultural de esa ciudad. Ciudad donde se mezclaban todos los elementos humanos en efervescencia que existían en el Mediterráneo. A lo largo de sus obras dejará extensa huella de esos conocimientos y de su dolorosa y forzada experiencia.
Sobre el tema hay abundantísima bibliografía. Entre ella destacamos “Moros, moriscos y turcos de Cervantes. Ensayos críticos”.


PEDRO ANTONIO HERAS CABALLERO

Doctor en Historia Contemporánea y profesor titular emérito de la Universidad de Tarragona, URV.

BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA

Anónimo (1980): Viaje de Turquía. (La odisea de Pedro de Urdemalas); Cátedra.
Astrana Marín, L. (1949-1958): Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, 7 volúmenes; Editorial Reus.
Barbero, A. (2011): Lepanto. La batalla de los tres imperios; Pasado y presente.
Bicheno, H. (2005): La batalla de Lepanto 1571; Ariel.
Blecua, J.M. y A. (1971): Cervantes y Lepanto; Diputación de Barcelona.
Bunes Ibarra, M.A. (1989): La imagen de los musulmanes y del norte de África en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad;    CSIC.
Braudel, F. (1993): El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de     
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, 2 volúmenes; FCE.
_______ (1997): En torno al Mediterráneo; Paidós.
Carnicer, C. y Marcos, J. (2005): Espías de Felipe II; La Esfera de los Libros.
Dumond, J. (1999): Lepanto, la historia oculta; Encuentro.
Fernández Álvarez, M. (2005): Cervantes visto por un historiador; Espasa.
_______ (1998): Felipe II y su tiempo: Espasa.
Galindo y Vera, L. (1993): Las posesiones Hispano-Africanas; Alcazara.
García Arenal, M. y Bunes, M.A. (1992): Los españoles y el Norte de África. Siglos XV-XVIII; Mapfre.
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Herrero García, M. (1966): Ideas de los españoles del siglo XVII. Gredos.
Hess, A.C. (1982): La batalla de Lepanto y su lugar en la historia del        
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; en Poder y sociedad en la España de los Austrias; Crítica.           
Marañón, G. (1958): La vida en las galeras en tiempo de Felipe II; en Vida e      
Historia
; Colección Austral, nº 185.       
Márquez Villanueva, F. (2010): Moros, moriscos y turcos de Cervantes.  
Ensayos críticos; Bellaterra.           
Olesa Muñido, F-F. (1968): La organización naval de los estados mediterráneos          
y en especial de España durante los siglos XVI y XVII
; Editorial Naval.
Parker, G. (1998): La gran estrategia de Felipe II; Alianza.
______ (2013): Felipe II. La biografía definitiva; Planeta.      
Rivero Rodríguez, M. (2008): La batalla de Lepanto. Cruzada, guerra santa e     
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; Sílex.
Rodríguez González, A.R. (2004): Lepanto, la batalla que salvó a Europa;          
Grafite Ediciones.  
Rosell, C. (1853): Historia del combate naval de Lepanto, y juicio de la    
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; Real Academia de la       
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Zysberg, A. y Burlet, R. (1989): Gloria y miseria de las galeras; Aguilar.